sábado, 29 de mayo de 2010

Travesía

Sonaba “The Ballad Of Ira Hayes” de Johnny Cash en el “huevito” cuando descansábamos yo y mis amigos (el burro adelante) de un gran almuerzo de domingo en verano, o sea, comida a las 15 horas, un asadito espectacular, con whisky y sin mujeres. Un total cero stress. Para mejor, no habíamos reído de unos porteños que horas antes querían hacer un asado al estilo uruguayo y como no tenían ni idea como era hacerlo sin carbón, nos preguntaron. Y nosotros le contestamos: “Mira, tienes que poner la carne sobre la parrilla y la roseas con queroseno. Calcula más o menos, medio litro por kilo de carne y después prendes fuego”.

No sabemos si cayeron en la broma pero no nos importaba, hasta disfrutamos más imaginándonos a los porteños mientras seguían nuestras instrucciones. Reíamos de la maldad uruguaya y la ingenuidad turista. Pero bien, como decía, luego de un buen asado, vino una siestita... digo... vino y una siestita.

Cuando se despertó el primero hizo que lo hagamos los demás. Y nos miramos, como que nos decíamos: “hora de bajar a la playa”. No daba caminar dos cuadras para terminar bajando por una bajada rápida y fácil, como haría cualquier persona común.

Somos gente compleja, queremos aventura. Y que mejor aventura que bajar por lo que nosotros bautizamos "La Quebrada de los Cuellos". Bajada inhóspita, llena de peligros y retrasos que le sacaría a cualquiera las ganas de vacacionar.

Pero al final nos animamos, arriesgamos nuestras vidas y bajamos por ese camino roñoso y peligroso. Para llegar a la playa tuvimos que pasar por una altura memorable, cruzar escalones resbalosos, atropellar viejas que se ponían a descansar cada tres metros, huir de abejas asesinas, pelear con alacranes gigantes y aguantar mis chistes malos.

Al fin y al cabo llegamos sanos y salvos a la arena firme. Por nuestras mentes paso el no volver a subir hasta el otro día, pero pensamiento fugaz que voló al darnos cuenta que habíamos olvidado la conservadora con las cervezas arriba.

No se puede ir a tirar a la arena sin cerveza.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Chorizo Seco Fest


Sonaba “El Revoltoso” del Pájaro Canzani en mi PC, cuando me disponía a revisar mis acciones en Wall Street por internet. Estaba viendo el alza en mis plantaciones de kiwi cuando me doy cuenta que fecha era, un 29.

¡Odio los 29! ¡Día de ñoquis! ¡Puaj! Que cosa que no los puedo pasar, todos los meses llega el maldito día 29 para que se preparen una de las bazofias más grande dentro del glamoroso grupo de las pastas. Por eso febrero es un mes grosso, no solo porque yo nací en él, sino porque cada cuatro años hay un 29. ¿Por qué ñoquis? Siendo los tallarines, sorrentinos, ravioles, tortelines mil veces mejor que esos asquerosos “arruina papas”. Aprovechen bien el gran alimento, tubérculo fundamental para la economía libértense que es sin duda la papa, por ejemplo en un buen puré o en una buena y deliciosa tortilla.

Yo no como ñoquis, por lo que hoy, amigos míos, he decidido armar la marcha de fenómenos que no nos gustan los ñoquis quejándonos sobre el arruine y discriminación que sufrimos las personas que no comemos ñoquis los 29, días que tenemos que hacer un total ayuno por 24 horas. Sepan que a la marcha (por falta de propaganda) fuimos no más de cinco personas, yo y otras cuatro que querían convencerme que estaba loco, por lo que, el gobierno ni pelota dio.

Pero no soy de esos tipos de quedarse quieto, y busque una solución. Desde ahora en más todos los 29 serán fiesta para mí, pero debo elegir a algún delicioso alimento que me identifique y me haga disfrutar todos estos malditos días mientras que las demás personas, la gente común comen de esas sustancias que clasifican entre las pastas. La comida que he de elegir es el “Chorizo Seco”, y le voy a decir por qué, primero que nada porque es sabroso y segundo porque cuando les conté mi idea de la marcha a mis amigos me dijeron que era un sálame.

Así que ya saben, todos los 29 yo comeré chorizo seco con pan. Unas de las comidas más ricas del mundo campestre. Un orgullo nacional y personal. Se me hace agua la boca. Sigan con sus ñoquis, este cuerpito sabe lo que quiere.

¡Cabecéala Negrito!

“Deportivo 7” de Loquillo era el tema que pasaban en ese momento por la FM, justo antes de irme a ganarme unos pesos juntando papas en el campo de Montes, el papero más poderoso de la zona. Pero antes iba a pasar a buscar a mi gran compañero, amigo, hermano: Lautaro, más conocido como “El Negrito”.
Era otro día más al sol, a espalda agachada juntando los tubérculos. Trabajo duro, pero que por suerte la mayoría éramos buena gente y había buena onda. Siempre haciendo chiste, embromando alguno o hablando de la mujer de nuestra edad que desearíamos tener. Voy a censurar la parte en donde especifico que decíamos.
Pero en verdad nuestra atracción principal para pasar el tiempo era, de vez en cuando, tirar una papa hacia el cielo y gritar “Cabecéala, Negrito”. Era cuando el Negrito soltaba el cajón e iba corriendo y cabeceaba la papa. A veces hasta la llegaba a dominar. La propia calidad para el fútbol tenia mi amigo.
Con el Negrito jugábamos en el Deportivo Rempujes, uno de los dos equipos de la ciudad. Cuadrito humilde que contaba como hinchas con la mayoría de los habitantes de la localidad. A pesar de eso, siempre se encontraba a la sombra del Club Patrulleros, equipo forjado en la época de los milicos y hoy en día bancado por los paperos de la zona. Siempre peleaban los primeros puestos del campeonato, mientras que nosotros solo nos dedicábamos a luchar por la mitad de tabla.
Además, hacían ya varios clásicos consecutivos que no podíamos ganarle. Pero ese año nos teníamos fé, nos habían ascendido al Negrito y a mí a primera. El Negro siempre titular, yo su suplente. Pero él como figura joven no tenía en los primeros puestos del campeonato, un campeonato que se definiría en un fin de semana con el clásico.
Los dirigentes del Patrulleros estaban preocupados por la calidad del Negrito, así que llamaron a un peón de la estancia de Montes (hincha del cuadro) para que buscara la forma de que el Negrito no jugara el clásico.
Era otro día en el trabajo como papero, cuando vimos volar un objeto al cielo y se oyó el grito: “¡Cabecéala, Negrito!”. El Negro dejo las cosas, salió corriendo y cuando el objeto parecido a una papa caía le pego un magistral cabezazo. Pero, el Negro quedo tumbado en el suelo, inconsciente. Había cabeceado una piedra.
Por suerte, el Negrito se encontraba bien. Pero sufría una lesión grave en su cabeza que no le permitiría jugar el domingo. Yo tenía que substituirlo en el campo de juego.
Llego ese domingo, ya había comenzado el partido conmigo como titular. Luego de un primer tiempo mediocre, estábamos en una segunda parte que no parecía cambiar las cosas. Con el empate el Patrulleros era campeón. Por lo que, la responsabilidad de salir a buscar el partido era nuestra, pero las ideas estaban en el hospital con el Negrito.
Se acercaba el final del cotejo, cuando teníamos un corner contra la portería de Enrique Moreira, el portero del Patrulleros. Lo poco que habíamos tirado al arco lo había parado sin problemas, para peor, era un tipo odioso, de lo más soberbio y sobretodo sucio cuando el juez no lo veía. Toda nuestra hinchada le deseaba lo peor, hasta corría el comentario que su hermano era el peón que había tirado la piedra que hirió al Negro.
Como decía, teníamos un corner a favor. Hasta ahora todos los había descolgado sin problemas Moreira. Pero para este, no sé por qué, pero me tenía una confianza bárbara para anotar el ansiado gol. Mi compañero pateo el corner, cerrada iba la pelota cuando la fui a buscar al primer palo, y a la misma vez, Moreira. La pelota parecía totalmente dominada por el cancerbero cuando cerré los ojos y sentía que mi cabeza daba contra otro objeto.
Al abrirlos, la pelota la tenía entre sus manos un Moreira desmayado en el piso que chorreaba sangre desde su nariz. Yo le había roto el tabique nasal de un cabezazo.
El partido termina cero a cero, pero no nos dieron la vuelta olímpica en la cara porque estaban más preocupados por la salud de su jugador. En cambio, nuestra hinchada coreaba mi nombre, agradecían lo que le había hecho a Moreira, para ellos valía más que un gol. Así es el hincha uruguayo, prefieren el mal del otro antes que lo bueno de uno, pero no me importaba, porque de última, había vengado la pedrada al Negrito.