sábado, 11 de diciembre de 2010

Noche gris, vuelta al bar.

Ahí estaba yo, bien vestido con mis mejores pilchas. Haciéndome el galán. El que pensaba que, a pesar de todos los años, iba a alcanzar ese mañana, el mañana que soñamos. Tanto que no le prestaba atención al presente, porque estaba con el mañana. No respetaba a las mujeres por eso, solo les decía piropos, a veces groseros. En verdad, estaba desesperado, desesperado por ese mañana, desesperado y ciego, porque a la vez no me veía caer en la vejez y que ese mañana siempre es mañana, nunca hoy.

Salí como pude de ese bar, lo digo porque a pesar de ser temprano, deje la milanesa en la heladera y no hice la “base” para poder tomar. Estómago vacío no se llena con alcohol, eso dicen que es para el corazón.

Parado en esa oscura esquina, donde las luces solo eran de los autos que pasaban de tanto en tanto. Lo mismo el sonido, lo único que interrumpía el silencio era también el pasar de los vehículos. Hasta que de la nada salió un pollo. Se había escapado de un corral cercano, de esos corrales pequeños que tienen algunas casas del interior.

El pollo se me acercó y tenía una mini-campera (mini para mí, a él le quedaba bien de bien) que decía en la espalda “Born In The U.S.A.”. Lo mire a los ojos, el animal quiso cruzar mirada conmigo, pero era un pollo y los pollos solo pueden ver para los costados. Se quedo ciego de la fuerza que hizo y se termino matando, el pollo tampoco cree en la esperanzas. Una vez más el poder de la mente humana superaba a la del animal.

Tome al pollo con la campera y me lo lleve a la puerta del mismo bar donde había estado antes. Lo usaba como títere para ganar algunas monedas, cuando los viejos están borrachos festejan cualquier cosa.

Con lo ganado me tome un whisky, y nuevamente me largue de ese sitio.

Fue caminar dos cuadras y encontrarme esa gordita. La de la canción de Los Tontos, la que cortaba el vino tinto con grapa con limón. Le mostré mi pulgar para arriba para demostrarle que la reconocía. Pero seguí el viaje, si quería sexo, no quería con ella. “No era del todo fea, se parecía a John Wayne.”

Espere en la plaza, hasta que pasará el ómnibus. Cuando llego, me subí a él, me senté, arrancó y vomité la noche. No me gusta tirar todo lo logrado de una, así que me baje y volví al bar para arrancar de nuevo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Secuestro y Liberación del Gonzo

¡Cómo me gustaba aquella guacha! ¡Fuah! ¡Me tenía loco! Era hermosa, sincera y a la vez tan perdida, se notaba a la legua que necesitaba ayuda de alguien como yo, un ser consumidor de ego, visionario que además estaba pasando por un buen momento. Ella en cambio tan oscura, mirada baja y poco motivada.

Con el tiempo le fui demostrando una mejor visión de la vida, tanto que reposaba la sonrisa en su rostro en una frecuencia diaria bastante mayor que antes. Yo, sin dudas, más me había encariñado, y ella, al parecer, también mostraba un cariño por mí, y a la misma vez, se sentía agradecida. La había rescatado de ese pozo. Era su héroe, su luz para seguir. No voy a dar más detalles, pero lo cierto es que llego un día en que nos besamos, abrazamos e hicimos todas esas cosas que dos personas hacen.

Pero al poco tiempo la cosa cambio. Ella me dijo que sentía muchas dudas y que no sabía si realmente quería estar conmigo. Ese mismo día, volví a subir a mi nivel normal la dosis diaria de alcohol que ingería antes de empezar a salir con ella. Era doloroso el sentimiento de abandono que corría por mi cuerpo, pero el alcohol en mi sangre lo intentaba disimular. (Disimular, de la Real Academia Española, dícese de cuando te pica un huevo y te rascas el otro).

En sí, parecía poder llevarlo. Hasta que me enteré que empezaba a salir con otro tipo, un tal Gonzo… y el alcohol ya no hizo milagros. Los celos empezaron a comer mi mente, y a la misma vez una rabia hacia mí mismo que me preguntaba “¿por qué avive a esa mina?”. Me sentía un “Destapa-corcho”. Hacía todo el trabajo para terminar destapando la botella y que la beba otro. Algo tenía que hacer para intentar calmarme.

Secuestre al Gonzo. Lo encerré con llave en un pequeño galpón sin luz que se encuentra en mi casa. A pesar de que grito por varios días, el no ver la luz y el poco alimento diario que le daba (constaba de ración Eukanuba para cachorros) hicieron que se cansará rápido y desistiera. Los días viernes llenaba dos baldes con agua, abría la puerta y se los lanzaba arriba, como para que se higienice un poco. No quería tampoco que el tipo hieda. ¡Ah! Por cierto, en verano también lo bañaba los martes.

La guacha no volvió nunca conmigo. Al mes de que había raptado al Gonzo, la mina ya tenía novio nuevo y yo andaba tras de otra. De por sí, luego de eso, salí con otras mujeres y algunas hasta me gustaban más que aquella. Pero no iba a soltar nunca al “ser que me quito la novia”. Todo porque no quería quedar regalado. Imagínate, lo secuestro, lo mantengo cautivo y ni así me quedé con la mujer, el tipo se iba a burlar de mí cuando se enteré lo que paso en el mundo exterior.

Pero bueno, llego un día, tras cinco años con el Gonzo de prisionero, que necesitaba el galpón para guardar unas porquerías que compre en un remate y lo liberé. Le dije, guacho la vida sigue y lo arrime con $50 hasta la ruta para que se tome un ómnibus.

Y ahora estoy en casa, tranquilo, tomando un whisky, diciéndome a mí mismo: “¡Estás pasado!”