miércoles, 1 de diciembre de 2010

Secuestro y Liberación del Gonzo

¡Cómo me gustaba aquella guacha! ¡Fuah! ¡Me tenía loco! Era hermosa, sincera y a la vez tan perdida, se notaba a la legua que necesitaba ayuda de alguien como yo, un ser consumidor de ego, visionario que además estaba pasando por un buen momento. Ella en cambio tan oscura, mirada baja y poco motivada.

Con el tiempo le fui demostrando una mejor visión de la vida, tanto que reposaba la sonrisa en su rostro en una frecuencia diaria bastante mayor que antes. Yo, sin dudas, más me había encariñado, y ella, al parecer, también mostraba un cariño por mí, y a la misma vez, se sentía agradecida. La había rescatado de ese pozo. Era su héroe, su luz para seguir. No voy a dar más detalles, pero lo cierto es que llego un día en que nos besamos, abrazamos e hicimos todas esas cosas que dos personas hacen.

Pero al poco tiempo la cosa cambio. Ella me dijo que sentía muchas dudas y que no sabía si realmente quería estar conmigo. Ese mismo día, volví a subir a mi nivel normal la dosis diaria de alcohol que ingería antes de empezar a salir con ella. Era doloroso el sentimiento de abandono que corría por mi cuerpo, pero el alcohol en mi sangre lo intentaba disimular. (Disimular, de la Real Academia Española, dícese de cuando te pica un huevo y te rascas el otro).

En sí, parecía poder llevarlo. Hasta que me enteré que empezaba a salir con otro tipo, un tal Gonzo… y el alcohol ya no hizo milagros. Los celos empezaron a comer mi mente, y a la misma vez una rabia hacia mí mismo que me preguntaba “¿por qué avive a esa mina?”. Me sentía un “Destapa-corcho”. Hacía todo el trabajo para terminar destapando la botella y que la beba otro. Algo tenía que hacer para intentar calmarme.

Secuestre al Gonzo. Lo encerré con llave en un pequeño galpón sin luz que se encuentra en mi casa. A pesar de que grito por varios días, el no ver la luz y el poco alimento diario que le daba (constaba de ración Eukanuba para cachorros) hicieron que se cansará rápido y desistiera. Los días viernes llenaba dos baldes con agua, abría la puerta y se los lanzaba arriba, como para que se higienice un poco. No quería tampoco que el tipo hieda. ¡Ah! Por cierto, en verano también lo bañaba los martes.

La guacha no volvió nunca conmigo. Al mes de que había raptado al Gonzo, la mina ya tenía novio nuevo y yo andaba tras de otra. De por sí, luego de eso, salí con otras mujeres y algunas hasta me gustaban más que aquella. Pero no iba a soltar nunca al “ser que me quito la novia”. Todo porque no quería quedar regalado. Imagínate, lo secuestro, lo mantengo cautivo y ni así me quedé con la mujer, el tipo se iba a burlar de mí cuando se enteré lo que paso en el mundo exterior.

Pero bueno, llego un día, tras cinco años con el Gonzo de prisionero, que necesitaba el galpón para guardar unas porquerías que compre en un remate y lo liberé. Le dije, guacho la vida sigue y lo arrime con $50 hasta la ruta para que se tome un ómnibus.

Y ahora estoy en casa, tranquilo, tomando un whisky, diciéndome a mí mismo: “¡Estás pasado!”

No hay comentarios:

Publicar un comentario