miércoles, 19 de mayo de 2010

¡Cabecéala Negrito!

“Deportivo 7” de Loquillo era el tema que pasaban en ese momento por la FM, justo antes de irme a ganarme unos pesos juntando papas en el campo de Montes, el papero más poderoso de la zona. Pero antes iba a pasar a buscar a mi gran compañero, amigo, hermano: Lautaro, más conocido como “El Negrito”.
Era otro día más al sol, a espalda agachada juntando los tubérculos. Trabajo duro, pero que por suerte la mayoría éramos buena gente y había buena onda. Siempre haciendo chiste, embromando alguno o hablando de la mujer de nuestra edad que desearíamos tener. Voy a censurar la parte en donde especifico que decíamos.
Pero en verdad nuestra atracción principal para pasar el tiempo era, de vez en cuando, tirar una papa hacia el cielo y gritar “Cabecéala, Negrito”. Era cuando el Negrito soltaba el cajón e iba corriendo y cabeceaba la papa. A veces hasta la llegaba a dominar. La propia calidad para el fútbol tenia mi amigo.
Con el Negrito jugábamos en el Deportivo Rempujes, uno de los dos equipos de la ciudad. Cuadrito humilde que contaba como hinchas con la mayoría de los habitantes de la localidad. A pesar de eso, siempre se encontraba a la sombra del Club Patrulleros, equipo forjado en la época de los milicos y hoy en día bancado por los paperos de la zona. Siempre peleaban los primeros puestos del campeonato, mientras que nosotros solo nos dedicábamos a luchar por la mitad de tabla.
Además, hacían ya varios clásicos consecutivos que no podíamos ganarle. Pero ese año nos teníamos fé, nos habían ascendido al Negrito y a mí a primera. El Negro siempre titular, yo su suplente. Pero él como figura joven no tenía en los primeros puestos del campeonato, un campeonato que se definiría en un fin de semana con el clásico.
Los dirigentes del Patrulleros estaban preocupados por la calidad del Negrito, así que llamaron a un peón de la estancia de Montes (hincha del cuadro) para que buscara la forma de que el Negrito no jugara el clásico.
Era otro día en el trabajo como papero, cuando vimos volar un objeto al cielo y se oyó el grito: “¡Cabecéala, Negrito!”. El Negro dejo las cosas, salió corriendo y cuando el objeto parecido a una papa caía le pego un magistral cabezazo. Pero, el Negro quedo tumbado en el suelo, inconsciente. Había cabeceado una piedra.
Por suerte, el Negrito se encontraba bien. Pero sufría una lesión grave en su cabeza que no le permitiría jugar el domingo. Yo tenía que substituirlo en el campo de juego.
Llego ese domingo, ya había comenzado el partido conmigo como titular. Luego de un primer tiempo mediocre, estábamos en una segunda parte que no parecía cambiar las cosas. Con el empate el Patrulleros era campeón. Por lo que, la responsabilidad de salir a buscar el partido era nuestra, pero las ideas estaban en el hospital con el Negrito.
Se acercaba el final del cotejo, cuando teníamos un corner contra la portería de Enrique Moreira, el portero del Patrulleros. Lo poco que habíamos tirado al arco lo había parado sin problemas, para peor, era un tipo odioso, de lo más soberbio y sobretodo sucio cuando el juez no lo veía. Toda nuestra hinchada le deseaba lo peor, hasta corría el comentario que su hermano era el peón que había tirado la piedra que hirió al Negro.
Como decía, teníamos un corner a favor. Hasta ahora todos los había descolgado sin problemas Moreira. Pero para este, no sé por qué, pero me tenía una confianza bárbara para anotar el ansiado gol. Mi compañero pateo el corner, cerrada iba la pelota cuando la fui a buscar al primer palo, y a la misma vez, Moreira. La pelota parecía totalmente dominada por el cancerbero cuando cerré los ojos y sentía que mi cabeza daba contra otro objeto.
Al abrirlos, la pelota la tenía entre sus manos un Moreira desmayado en el piso que chorreaba sangre desde su nariz. Yo le había roto el tabique nasal de un cabezazo.
El partido termina cero a cero, pero no nos dieron la vuelta olímpica en la cara porque estaban más preocupados por la salud de su jugador. En cambio, nuestra hinchada coreaba mi nombre, agradecían lo que le había hecho a Moreira, para ellos valía más que un gol. Así es el hincha uruguayo, prefieren el mal del otro antes que lo bueno de uno, pero no me importaba, porque de última, había vengado la pedrada al Negrito.

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