miércoles, 9 de febrero de 2011

Criogenia

Estaba de malas, el dinero no venía a mí como en tiempos anteriores. Nunca busque la abundancia, pero con lo que rescataba me alcanzaba para darme mis gustos.

Fue entonces que leí en un afiche callejero que se necesitaba un voluntario para un experimento, sin cédula de identidad vigente y en lo posible que ni siquiera haya votado en las últimas elecciones y mucho menos adherido al FONASA. La paga, si todo sale bien, sería muy generosa.

Con el afiche en mano, me presente ante las personas encargadas del experimento. Como cumplía con los requisitos me contrataron. Y comenzaron a explicarme cuál era el experimento y el por qué de él.

Eran un grupo de científicos por correo electrónico, con papis con plata que crecieron con la segunda época de oro de los estudios Disney. Por lo que se habían convertido en admiradores y seguidores religiosos de Walt Disney, el fundador de los estudios que hoy se encuentra en criogenia.

Su meta en la vida, era poder descubrir los misterios del congelamiento en humanos para lograr que tras ello el cuerpo vuelva a la vida. Por lo contado, ya han avanzando bastante y han conseguido descongelar con vida a otros animales como ratones, lechones para el 31 y al Pato Sosa.

Firme el contrato por cuatro años de criogenia en los que cobraría al final cerca de dos millones de reales. Firme en reales porque sé que la verdadera próxima potencia mundial es Brasil, no China como dicen. Estoy muy seguro de que China es un invento de los yankees para que no le echen la culpa en todo.

El experimento empezó, y mi cuerpo tras una serie de anestesias generales (que no las hizo un anestesista porque estaba de paro) fue colocado en una cápsula donde el frío me congelaría. Mas para esa parte, la anestesia ya hacía efecto.

Cuando desperté, no fue a los cuatro años, sino que al otro día. Y tampoco sentía un frío como de recién descongelado. Todo me pareció muy extraño y más aún cuando me di cuenta que tenía una cicatriz en el lugar donde se encontraría mi apéndice.

El lugar estaba desierto, pero sobre una mesa note un papel escrito, era una carta en la cual me explicaban que todo era un fraude y que en realidad ellos eran una banda de coleccionistas de apéndices. Una vez más a la calle, sin un peso en el bolsillo y estafado.

La enseñanza, no dejéis la heladera abierta porque se descongelan las cosas y es un gasto de energía al santo cuete.

1 comentario: