
En el boliche no habrían más de seis personas sin contar al cantinero. Por supuesto, cada uno cumpliendo su rol en boliche del interior. El dormido en una mesa, bien a lo mamado de antes, que no armaba lío, se agarraban los tales pedos pero no molestaban a nadie, simplemente si les pegaba para arriba decía uno o dos chijetes (“tonterías” para los citadinos de la capital) y se quedaba dormido. También estaban los cuatro que jugaban al truco con muestra, como se debe. Y el que cae a leer el diario o simplemente estar atento a todo. Por supuesto, yo era el que estaba acodado a la barra.
Me parecía raro que faltase el empalagoso. Hasta le iba a preguntar al bolichero, cuando entra un brasilero meta a gritos.
Pidió una grapa y llamó la atención del lugar. “¿No vieron a una mulher, muito bonita, pero muito bonita pasar?”. “Era mí mulher, la estoy buscando”. Hicimos gestos que daban a entender que no la vimos.
De cualquier manera, al brasilero le dieron ganas de quedarse y como buen brasilero con un ego más alto que la Torre de los Homenajes del Estadio, se le dio por contar su día. “Eu me levanté hoje, e no la vi. Entonces la salí a buscar, me cruce kilómetros de campo para llegar aquí, todo caminando.” Empecé a notar a ciertas caras del lugar que ya lo veían mal al brasilero. “Mientras venia para acá, me cruce en el camino con una víbora. Pero eu no le tengo miedo a las víboras, por eso la tome viva y la guardé en el bolsillo”.
“¡No mientas!”, grito un paisano del truco, mientras otros dos le decían que se calmara, y el restante le miraba las cartas. “Eu no miento, mira”. El brasilero metió la mano en el bolsillo, y de repente le cambio la cara a una que expresaba dolor, pero sin sonido. Saco la mano y de su dedo índice tenía a la serpiente prendida. “Que bichito malo” fue lo único que dijo.
Ahí salte yo y le dije que tenía que ir a ver a un médico. Pero el brasilero se negaba, que no era nada. Fue cuando me dirigí al bolichero y le dije que había que llevarlo a un hospital. El bolichero me hizo una mueca de que el se encargaba, se metió a la despensa, y sacó un disco de pasta que colocó en el reproductor. En eso empezó a sonar un relato de un partido de fútbol. Era la voz de Don Solé, relatando los goles del Maracanazó. El brasilero se dio cuenta de ello y se retiro caliente.
Al rato, cayó una mujer, fea pero fea y pregunto si no habíamos visto al marido.
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