domingo, 25 de julio de 2010

Brasilero de campo uruguayo

“Uruguay 1 Brasil 1” del Cuarteto de Nos, era la canción que justo estaban pasando en la FM cuando yo me encontraba por entrar a ese boliche de una pequeña ciudad del interior. Me acode a la barra y pedí una grapa con limón.

En el boliche no habrían más de seis personas sin contar al cantinero. Por supuesto, cada uno cumpliendo su rol en boliche del interior. El dormido en una mesa, bien a lo mamado de antes, que no armaba lío, se agarraban los tales pedos pero no molestaban a nadie, simplemente si les pegaba para arriba decía uno o dos chijetes (“tonterías” para los citadinos de la capital) y se quedaba dormido. También estaban los cuatro que jugaban al truco con muestra, como se debe. Y el que cae a leer el diario o simplemente estar atento a todo. Por supuesto, yo era el que estaba acodado a la barra.

Me parecía raro que faltase el empalagoso. Hasta le iba a preguntar al bolichero, cuando entra un brasilero meta a gritos.

Pidió una grapa y llamó la atención del lugar. “¿No vieron a una mulher, muito bonita, pero muito bonita pasar?”. “Era mí mulher, la estoy buscando”. Hicimos gestos que daban a entender que no la vimos.

De cualquier manera, al brasilero le dieron ganas de quedarse y como buen brasilero con un ego más alto que la Torre de los Homenajes del Estadio, se le dio por contar su día. “Eu me levanté hoje, e no la vi. Entonces la salí a buscar, me cruce kilómetros de campo para llegar aquí, todo caminando.” Empecé a notar a ciertas caras del lugar que ya lo veían mal al brasilero. “Mientras venia para acá, me cruce en el camino con una víbora. Pero eu no le tengo miedo a las víboras, por eso la tome viva y la guardé en el bolsillo”.

“¡No mientas!”, grito un paisano del truco, mientras otros dos le decían que se calmara, y el restante le miraba las cartas. “Eu no miento, mira”. El brasilero metió la mano en el bolsillo, y de repente le cambio la cara a una que expresaba dolor, pero sin sonido. Saco la mano y de su dedo índice tenía a la serpiente prendida. “Que bichito malo” fue lo único que dijo.

Ahí salte yo y le dije que tenía que ir a ver a un médico. Pero el brasilero se negaba, que no era nada. Fue cuando me dirigí al bolichero y le dije que había que llevarlo a un hospital. El bolichero me hizo una mueca de que el se encargaba, se metió a la despensa, y sacó un disco de pasta que colocó en el reproductor. En eso empezó a sonar un relato de un partido de fútbol. Era la voz de Don Solé, relatando los goles del Maracanazó. El brasilero se dio cuenta de ello y se retiro caliente.

Al rato, cayó una mujer, fea pero fea y pregunto si no habíamos visto al marido.

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